martes, 28 de marzo de 2017

El bar de Ernesto: Amores virtuales





El día iba a llegar a su fin sin aportar nada nuevo a nuestras vidas.

Los nubarrones que llenaban el cielo se habían adueñado del ánimo de mis clientes apagándolos como velas con poco oxígeno. Nadie tenía ganas de charla y por muchos intentos que yo hiciera no conseguía hilar una simple conversación. Los cúmulos negros amenazaban con inundar el local.

miércoles, 15 de marzo de 2017

Cinco segundos




Florencio se rascaba el dedo gordo del pie mientras permanecía sentado en el borde de la cama. Pensaba que, si se presentaba a la reunión, no podría rechazar el puesto de trabajo que le iban a ofrecer. Aún no tenía las ideas claras. No estaba seguro de que aceptar tanta responsabilidad en esos momentos políticamente tan delicados fuera lo mejor para su carrera profesional. Decidió que una buena ducha le ayudaría a tomar la decisión definitiva.

María ya llevaba tiempo levantada porque la niña tomaba el biberón a las siete y ya no eran horas de volver a la cama.
La mujer, atareada en la cocina, se giró al escuchar el grito y encogió el cuello bajo el peso de la culpa. El daño estaba hecho y no tenía forma de volver atrás.
Antes de actuar había barajado las posibilidades de que sucediera lo inevitable y eran altas, pero aun así, no podía prescindir de abrir el grifo.

—¡Cariño, espera un momento, solo serán cinco segundos!

—¡Mierda! ¡¿Me has quitado el agua caliente?!

—¡Sí, Florencio! —gritó María desde la cocina— ¡tenía qué lavar el culo a la nena y no iba a hacerlo con agua fría! ¡Aguanta un poco, casi he terminado!

Florencio contó hasta cinco pero el agua seguía saliendo helada. El espacio en la bañera de medio cuerpo era reducido y no tenía donde guarecerse. Si cerraba el grifo, el agua iba a tardar una eternidad en volver a salir en su punto así que el hombre enjabonado optó por otra opción. Ladeó la cabeza y el chorro de agua cayó directo sobre el pecho como un taladro. Intentó entonces echar el culo hacia atrás y el agua resbaló por su espalda convirtiéndole las posaderas en bloques de hielo. Ciego, con los ojos irritados por el jabón, contorsionó su cuerpo colocándose de espaldas a la pared, se agarró a la cortina como un náufrago a un salvavidas y en el momento en que tenía un pie en el aire para salir, resbaló en la pastilla de jabón acabando con sus huesos en el fondo del receptáculo.

—Hace un segundo he cortado el agua. ¡Y deja de protestar, parece qué te estoy oyendo! ¡Si pudiera… te cambiaría el puesto ahora mismo! ¿Sabes la plasta que hay aquí?

Florencio, sentado en la fría porcelana y con las rodillas rozándole el mentón sentía un hormigueo en la espina dorsal que avanzaba de forma inexorable hacia los pies. No conseguía escapar del alcance del agua y era plenamente consciente de la imposibilidad de levantarse, el dolor en la espalda le había inmovilizado. Contó hasta cinco por lo menos tres veces pero el milagro no tuvo lugar.

¡Cuatro segundos bajo el agua helada en el mes de enero, de esta no salgo vivo!, pensaba Florencio abandonando todo esperanza. Su vida entera pasaba delante de sus ojos mientras se iba formando un pocillo de agua alrededor de la ingle que le contraía los genitales.

—La nena está casi lista. ¡No sabía si meterla bajo el grifo o llamar a un exorcista! ¿Ya sale caliente?

Mejor no contesto, pensaba Florencio, ¡solo lo haría si las palabras matasen! Por otro lado no creo que estuviera en condiciones de articular palabra porque se han soldado los dientes de arriba con los de abajo. Tengo la mandíbula bloqueada, el cerebro congelado, la polla se me va a caer a pedazos y este dolor en la espalda me ha cortado la respiración.

—¡El vestidito qué le ha regalado tu hermana le queda monísimo! ¿Me oyes, Florencio?

Unas gotas de agua caliente empezaron a mezclarse en el chorro. Eso fue para Florencio como la aparición de la Virgen María para los niños de Lourdes. El hombre levantó lentamente la cabeza, no se lo podía creer. En el fondo había aceptado la idea de abandonar esta vida con resignación, estaba seguro de haber hecho todo lo humanamente posible para impedirlo. ¿Habrán pasado los cinco segundos?, se preguntaba al tiempo que meneaba la cabeza. El agua tibia volvía a colorear sus mejillas y notaba que unas llamas de fuego le envolvían la cabeza.

—Quizás Dios se haya apiadado de mí en el último momento. No le habrá parecido honorable que un hombre muriera de esta manera, desnudo, enjabonado y helado como un pollo mientras su preciosa nena luce vestidito nuevo —dijo feliz de comprobar que las mandíbulas no se habían solidificado.

Todo su cuerpo se estremeció, no era capaz de diferenciar entre el frio y el calor. Le vino a la mente un feto flotando en la placenta y no recordaba tanta felicidad como la que sintió aquel remoto día de Reyes en el que encontró cinco mil pesetas en el descampado, dejadas en un tarro bajo tierra, para él.

Empezaba a recobrar vida y al fin pudo mover los dedos del pie. Logró levantarse, desnudo y empapado de pies a cabeza, enfiló el pasillo dispuesto a estrangular a cualquiera que se le pusiera delante.

—¡Sécate bien cariño, que tengo abierta toda la casa!

Al llegar a la altura de la cocina, Florencio no se fijó en el paquete que estaba en suelo y lo pisó. La masa resbaladiza que había en su interior hizo que el hombre perdiera el equilibrio y cayera de espaldas en el duro suelo de granito. El pañal voló por los aires y, marcando un giro con efecto aterrizó sobre la cara del hombre.

La mujer, con la niña en los brazos se había asomado a la puerta y le miraba sin atreverse a decir ni una sola palabra.

Florencio se irguió como pudo y, con la voz del que ha perdido la batalla, comentó:

—María, llama al despacho y di que llegaré tarde, que me he levantado con un fuerte dolor en la espalda

viernes, 3 de marzo de 2017

No queda libertad



El hombre se lanza al agua y su gabardina queda arrugada como  papel de regalo sobre las rocas del espigón.

Los pescadores desplazan la mirada desde el objeto en el suelo al hombre en el mar, no hace tiempo de baños y llueve.

—¡Qué hace ese hombre! —exclama un viejo.
—¡Para mí qué no está bien! Ese se quiere suicidar—dice un joven sacando los prismáticos.

Una pescadora suelta la caña y se levanta, después se lleva las manos a la cara y solloza.
El hombre nada con la cabeza fuera del agua, enfrentándose a las olas. Con el cuerpo ladeado  saca solo el brazo derecho y no levanta espuma con los pies pero se nota el empuje de las piernas que acompañan cada brazada.